sábado, 15 de noviembre de 2008

Historias de pizarrón


COMO LO MARCA EL CALENDARIO

Elisa Becerra Alonso

En el mes de diciembre cuando la fantasía y el amor en los corazones son más profundos, se me presentó la oportunidad anhelada de trabajar en una escuela secundaria. Sería en el área de matemáticas, y no en inglés, que era mí especialidad. Estaba ante la disyuntiva: aceptar y prepararme, o rechazar la oportunidad largamente esperada. Me decidí y acepté, a pesar de que los números me resultaban muy difíciles en mi época de estudiante. Ahora sé que mis maestros no utilizaron estrategias para hacer agradables e interesantes sus clases.

Me citaron un doce de diciembre en la escuela para integrar mi expediente, pero como trabajaba en la primaria y siempre suspendíamos labores ese día, deduje que en la secundaria era lo mismo, y no me presenté. Al día siguiente, el director, con un tono molesto que jamás olvidaré, me dijo: “aquí se trabaja como lo marca el calendario escolar, y si realmente desea integrarse tendrá que ser responsable”. El comentario marcó mi desempeño como docente, porque aprendí que la responsabilidad es uno de los valores primordiales en el magisterio. Durante mi trayectoria educativa no volví a recibir llamadas de atención.

La creación de una nueva escuela requiere esfuerzos extras y trabajo en equipo; en el caso de la nuestra representó días de intensas actividades: buscamos alumnos de pueblo en pueblo y de casa en casa, incluso sábados y domingos. Trabajábamos en las aulas ―si así se le puede llamar a un local de la presidencia auxiliar― con ventanas sin vidrios y un frío que calaba hasta los huesos; tablas y tabiques en lugar de pupitres, y un pizarrón deteriorado por el tiempo que alguna escuela cercana nos había regalado. El escenario era desolador, pero el observar en las caras de los estudiantes de trece a dieciocho años la necesidad de aprender, y el entusiasmo de mis compañeros y director, me fortalecían y pensé: “¡Esta escuela tiene que crecer!” Para lograrlo rescatamos tradiciones artísticas y culturales, y organizamos eventos deportivos, los cuales hicieron que la región volviera su mirada hacia nosotros.

Me siento satisfecha, después de unos años pude ver mi escuela ―porque así la considero― con una gran planta de docentes y equipo directivo. Algunos de ellos fueron decisivos en mi desenvolvimiento en la docencia, por su responsabilidad, preparación y capacidad para dirigir una escuela, sobre todo, un coordinador ¡Qué manera de manejar las relaciones humanas! No me sentía mal ante las observaciones que hacía al dar mi clase, además, impulsaba el desarrollo de mis fortalezas.

Ahora la escuela tiene todas sus instalaciones y muchos alumnos. Agradezco a la vida por haberme permitido vivirlo.

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